Francisco I. Madero’s Commentary on the Baghavad-Gita (or Bhaghavad-Gita)

One of the most crucial things I discuss in the introduction to my translation of Madero’s Spiritist Manual of 1911 (***UPDATE My book, Metaphysical Odyssey Into the Mexican Revolution, is now available***) is his treatment of the Hindu holy book, the Baghavad-Gita (also spelled Bhagavad-Gita, and with or without the dash and various accents). Madero’s commentary was originally published in the Mexican Spiritist magazine, Helios,Tomo VII, 1912– while he was serving as President of Mexico– and it is reprinted in José Vasconcelo’s Estudios Indostánicos,  of which I found the third edition of 1938. Herewith Vasconcelos’ introduction (in italics), then Madero’s commentary, and finally, in italics again, Vasconcelos’ conclusion. English translation coming ASAP.

(Note that Madero here refers to the warrior Bima, but used Bhima with the added “h” as his pen name for the Spiritist Manual. What was going on with that h, I have no idea. The bold text is as as I found it.)

Ya hemos indicado en los apuntes históricos que el Mahabharatta corresponde al segundo periódo del pensamiento indostánico. No se conoce la fecha del poema, pero por las doctrinas y referencias que contiene, se deduce que es posterior a los Upanishads y probablemente anterior al budismo. El episodio más importante del Mahabharatta es el libro conocido con el nombre Baghavad-Gita. Nada se sabe del autor de la obra sino que se llama Vyasa, un nombre, por lo demás, muy común en la literatura hindú. El poema está escrito en sánscrito.

Comienza con un diálogo entre Arjuna, el jefe de un ejército y Krishna, el dios que lo auxilia en la batalla. Los cuernos de la guerra han anunciado que va a comenzar el combate, las flechas comienzan a volar por el aire, y entonces Arhuja pide a Krishna que le permita ver el ejércit enemigo. Krishna interpone su carro luminoso y por un momento interrupte el combate. Arjuna pasa revista a sus enemigos. Allí esta Bima, su rival, fuerte y rodeado de atrevidos guerreros, acompañado de las tribus y de los mismos parientes y amigos de Arjuna. Al contemplar a todos estos hombres, Arjuna siente que no los odia, y se duele de tener que luchar con ellos;  vacila y pregunta a Krishna: ¿cómo podré yo cambatir contra Bima y Drona, si entre todos los hombres ellos son los más dignos de mi respeto? Preferiré mendigar mi pan por el mundo, antes que ser el asesino de estas gentes… No podría decir si es preferible que nos derrotan o qye nosotros los derrotemos. Pues los enemigos que allí nos esperan, con los pechos llenos de rencor, son los hijos del pueblo de Dhiritarashtra, si si hubieren de perecer por mi mano, yo no desearía vivir… no los combatiré…

Krishna contesta, haciendo ver a Arjuna la futilidad de la vida lo mismo que la imposibilidad de la muerte, la imposibilidad de matar el espíritu, etc. Le hacer ver también que si huye y no combate, el enemigo lo atribuirá a cobardía; en cambio, una vez iniciado el combate, si mueres, le dice Krishna, irás al cielo; y si vences, el mundo será tuyo. En el curso de su disertación, Krishna instruye al guerrero en las doctrinas del yoga activo y en la salvación que se logra mediante las acciones justas y el abandono de los deseos; le expone la doctrina de la reencarnación y de la liberación.

En el capítulo tercero, Krishna sigue su discurso, explicando la salvación que se logra por la ejecución adecuada de las acciones. En el cíatulo cuarto, se habla del conocimiento espiritual.

A partir de este capítulo cuarto, suspendo mis notas, remitiendo a los lectores al admirable texto original, que es muy fácil de obtener; pero quiero cerrar mi capítulo con un comentario que es quizás el primero que se escribió en México, del Baghavad-Gita;  un comentario que procede del extraordinario y nobilísimo espíritu, que enyre nosotros fue apóstol, pensador y presidente mártir, y que conocimos con el nombre terrestre de Francisco I. Madero. Del comentario de Madero posee sólo un fragmento, que dice textualmente:

“Este capítulo (el 4o.) trata de la verdadera devoción, en términos tales que merecen meditarse seriamente, porque demuestran cuán profundas y grandiosas son las enseñanzas del Baghavad-Gita; cuán amplio es su espíritu de tolerancia y cómo concuerda conlas enseñanzas de Jesús, quien consideraba como ley principal el amarnos los unos a los otros. Así el Baghavad-Gita dice en este capítulo, versículo 4, que el principal culto que debe rendirse al Ser Supremo y el camino que él conduce, consiste en refrenar los sentimientos, equilibrando el entendimiento y complaciéndose en el bien de todos los seres.

“Se vé, pues, que el  modo más eficaz de adorar a la divinidad es “complacerse en el bien de todos los seres”, o lo que es lo mismo, amar a nuestros hermanos, como decía Jesús.
“Es indiscutible que también es necesario refrenar y dominar los sentidos, pues de otra manera los deseos y las pasiones nos ofuscan e impiden amar a nuestros semejantes y desear su bien.

“En los versículos 5 y 6 explícase que: “ardua por demás es la tarea de aquel cuya mente se halla fija en lo Inmanifestado”; refiriéndose a la gran dificultad que implica concentrar por completo la mente en lo divino y permanecer en constante meditación o adoración. Y en verdad, cualquiera que haya intendado concentrar su mente en ese sentido, habrá observado cuán pocos son los minutos en que se puede lograr  tal resultado, siendo casi imposible evitar que otros pensamientos vengan a perturbar y distraer la atención.

“Así dice que ese camino está lleno de dificultades, pero en cambio, no es indispensable tal práctica, sino que basta con renunciar en El todas sus acciones y que El constituya el idea supremo, para que lo salve sin tardanza del piélago de a muerte y de la existencia.
“Por renuncia en El de todas sus acciones, debe entenderse que todos nuestros actos deben tener un fin altruísta, un fin bueno; el de servir los designados de la Divinidad, trabajando en cualquier forma por acelerar la evolución de la humanidad y por ayudar a nuestros semejantes.

“Todas las acciones que tengan un fin de tal naturaleza y no busquen recompensa terrenal, sino que se ejecuten con el propósito de servir a la Divinidad, son las que más pesan en su balanza. 

“Los que obran de esta manera, indudablemente consideran a la Divinidad como su ideal supremo, puesto que sus principales aspiraciones consisten en colaborar de acuerdo con sus designios a la realización del grandioso plan Divino.

“En los versículos 8, 9, 10, 11 y 12 vuelven a expresarse las mismas ideas, considerando siempre superior a la renuncia las obras, al conocimiento, la práctica perserverante y a la meditación (Versículo 12).

“El versículo 8 recomienda la concentración de nuestra mente para adorar al Ser Supremo; pero como esto es muy difícil obtenerlo, según acabamos de exponer, entonces el versículo 9 recomienda toda clase de prácticas religiosas, las cuales ayudan a concentrar la atención y a aumentar la devoción. Si aun  esto se dificulta, recomiendo el versículo 10 dedicarse a ejecutar obras por consideración a El tan sólo. Como este concepto parace semejante al que se expresa en el versículo inmediato, consideramos que debe interpretarse en el sentido de: consagrarse al culto de la Divinidad, afiliándose en alguna sociedad u orden religiosa, puesto que un sacerdote de cualquier culto indudablemente se dedica a ejecutar obras por consideración a la Divinidad a cuyo servicio dedica todos sus esfuerzos desde el momento de su consagración.

“Por último, si aun esto no es posible, entonces recomienda refugiarse en El por medio de la Unión Espiritual, y, subyugándose a sí mismo, renunciando por completo al fruto de sus acciones.

“Todo esto puede efectuarse llevando la vida mundana, sin necesidad de recluírse en un claustro, no de abandonar la familia y las ocupaciones ordinarias. Es, por consiguiente, posible llegar al grado máximo de virtud y evolución que puede alcanzar el ser humano, dedicándose a la vida ordinaria, a la profesional, a la agricultura, a los negocios, a la política y a todas las ocupaciones que exige la moderna civilización, así como la constitución de un hogar y de una familia; basta para ello unirse espiritualmente con el Ser Supremo, es decir, llegar al resultado de que todos nuestros actos tengan un fin bueno y útil a la humanidad, o sea, que todos ellos estén en harmonia con el Plan Divino, porque tienden favorecer el bienestar del género humano y su evolución. Para lograr este resultado, es indispensable, como dice el mismo versículo, “subyugarse a sí mismo”, porque de otra manera las pasiones nos impiden tener la serenidad de espíritu y la rectitud necesarias para obrar siempre bien.

“Por último, estando unificados espiritualmente con la Divinidad y habiéndonos subyugado a nosotros mismos, “debemos renunciar al fruto de nuestras acciones”. Ya hemos explicado que por “renunciar al fruto de nuestras acciones” debe entenderse que al ejecutar cualquier acto meritorio no debemos hacerlo en vista de la recompensa que de él esperamos, sino por considerar que tal es nuestro deber y que de esa manera servimos al Ser Supremo: lo cual debe ser para nosotros la principal y la más honda de las aspiraciones. Servir a la Divinidad, convertirnos en agentes de su voluntad, en colaboradores, y buscar como recompensa la satisfacción qie se siente con la conciencia del deber cumplido, con la paz que se disfruta cuando ningún deseo ni pasión nos agita, tal debe ser nuestra aspiración suprema.

“El resto del capítulo expresa la idea de que los hombres de ideas benévolas, compasivos, indiferentes en medio del placer y del dolor, pacientes en las ofensas, contentos con su suerte, constantamente harmonizados dueños de sí mismos, firmes en sus resoluciones, con la mente y el discernimiento fijos únicamente en la Divinidad y devotos en ella, así como aquel que no turba al mundo ni por el mundo se ve turbado, que está libre de las emociones causados por la alegría, la cólera y el temor, etc., son dignos de la estimación, el aprecio y el afecto de la Divinidad.

“También son acreedores a este afecto los que se muestran iguales ante el amigo y el enemigo, indiferentes en el honor y en la ignominia, imperturbables a la alabanza y al vituperio, etc.

“Insistiendo sobre la idea ya expresada anteriormente, afirma que es el objeto de la predelicción del Ser Supremo, aquel que lleno de fe sigue la ley que confiere la inmortalidad (complacerse en el bien de todos los seres y renunciar en la Divinidad todas sus acciones), asimismo al que hace del Ser Supremo el más alto ideal de sus aspiraciones, idea que debe entenderse según la hemos expresado en los comentarios de este capítulo.

“Como se ve, son grandiosas todas las concepciones que encierra el Baghavad-Gita, y está muy lejos de recomendar esas prácticas supersticiosas tan en boga en la mayoría de las religiones, aun de las que actualemente profesan los pueblos civilizados, y, según las cuales se da más importancia a determinadas prácticas religiosas que al cumplimiento del deber, sin considerar que cumpliendo con el deber, es como se favorece en un plano más vasto y extenso el bienestar y progreso de la humanidad.

“Indudablemente un guerrero, que va a la lucha por el bien de sus semejantes, hace un acto más meritorio ante la Divinidad que el sacerdote que se dedica exclusivamente a sus prácticas religiosas ‘, sin unir a la oración la acción. Este sacerdote, si acaso, se limita a tener buenos deseos para la humanidad, si no es que, como acontece generalmente, piensa únicamente en la salvación de su propria alma, y con tal objeto e inspirado en un sentimiento egoísta, se dedica a las prácticas religiosas más extrañas.

“No queremos terminar el comentario de este capítulo dejando inadvertido el versículo 8o. en lo relacionado con la idea panteísta, pues viene a confirmar nuestras constantes observaciones sobre el Baghavad-Gita, y es que en esta obra no tienen cabida las ideas panteístas, contrariamente a las deducciones hechas por investigadores superficiales.

“En este versículo dice: “Fija, pues, tu mente en Mí, penetra en Mí tu entendimiento y sin duda alguna, después de tu muerte, viviras en Mí en las alturas.

“Vivirás en Mí en las alturas”, no significa ir a absorbernos en el Ser Supremo y a formar parte de El mismo, sino que nos acercaremos a El, y llegando a identificarnose con sus designios, viviremos para El y dentro de El; pero siempre conservando nuestra propia individualidad, así como la inmensa y muy respetable distancia que nos separa de Aquél “que con una partícula de Sí mismo dio origen y actividad al Universo entero y sigue existiendo” (capítulo X, versículo 42).

“Por ese motivo, cada uno de nosotros, parte infinitesimal de ese Universo, no puede pretender llegar a ser tan alto como El, que lo creó con una partícula de Sí mismo.

“Nuestro destino es muy glorioso y muy alto el lugar que llegaremos a ocupar entre los que rodean al Ser Supremo y del gobierno del Universo; llegarán nuestras aspiraciones a confundirse con sus designios; pero por más que nos identifiquemos con el plan divino, nunca perderemos nuestro Yo, nunca llegaremos a ser parte del Dios, que no está integrado por millares de seres, sino que es Uno e Indivisible.”

 Impresionante resulta imaginar los pensamientos de Madero cuando llegó a encontrarse en los campos mexicanos, en la situación de Arjuna dispuesto a combatir un ejército de enemigos que no odiaba, pero que era su deber destruír. Venció a esos enemigos, el Arjuna de México, en la noble lid de la fuerza, y después perdonóles con tierno espíritu cristiano; más para ser víctima de Judas, en la más negra y cruel de las tradiciones.

I welcome your courteous comments which, should you feel so moved, you can email to me here.

Ignacio Solares’ “The Orders” in Gargoyle Magazine #72

Why Translate? The Case of the President of Mexico’s Secret Book

My Interview About Francisco Madero a “Classic Reboot” 
on Jeffrey Mishlove’s “New Thinking Allowed”– 
Plus From the Archives: 
A Review of Kripal and Strieber’s The Super Natural 
(and Reflections on Mishlove’s The PK Man)

Five Links from “A Dual Inheritance” That Traverse the Globe

Delighted to host the widely-lauded novelist and cyber amiga de Todos Santos, Joanna Hershon, guest-blogging about her novel– pub date yesterday!– A Dual Inheritance (Ballantine Books). Here’s the catalog description of what promises to be fabulous read:

Autumn 1962: Ed Cantowitz and Hugh Shipley meet in their final year at Harvard. Ed is far removed from Hugh’s privileged upbringing, yet his drive and ambition outpace Hugh’s ambivalence about his own life. These two young men form an unlikely friendship, bolstered by a fierce shared desire to transcend their circumstances. But in just a few short years, not only do their paths diverge, but their friendship ends abruptly, with only one of them understanding why. Can a friendship define your view of the world? Spanning from the Cuban Missile Crisis to the present-day stock market collapse, A Dual Inheritance asks this question, as it follows not only these two men, but the complicated women in their vastly different lives. And as Ed and Hugh grow farther and farther apart, they remain uniquely—even surprisingly—connected.

Five Links from A Dual Inheritance that Traverse the Globe
By Joanna Hershon

1) A Dual Inheritance starts in 1962 at Harvard, and this article about an iconic restaurant (and the site of a scene in the novel) and it’s closing, evokes both the place– so international and campus-glamorous– and a sense of nostalgia, which seems appropriately representative of this book.
 
2) This film, The Nuer by Robert Gardner, is the inspiration for Chapter Six. Hugh Shipley graduates from Harvard in 1963 and goes to Africa with a film crew to assist his mentor. It’s there in Ethiopia where his career path changes focus and takes a surprising turn. Writing about a young man on a precipice of his life, in the middle of the bush, so vulnerable to not only the elements, but to his own fragile psyche, was challenging, and while I was writing this chapter, I’d watch this film over and over and revel in its beauty and its otherness

3) My Pinterest board for A Dual Inheritance. What a pleasure it was to dream visually about the worlds of my novel. It didn’t occur to me to even look at Pinterest until long after I was finished writing, when my imaginary worlds were so much more real than any photographs. 

4) Chapter Sixteen is set in Shenzhen, China in the late 1980’s. There’s very little online about this part of the world during this particular time, which was fascinating, in itself. I found a great deal on Chinese delicacies. Here’s a gateway into that culinary world. 

5) Here is a link that’s sure to amaze and inspire. Make sure to spend some time watching the incredible film footage. I went to high school with Dr. Amy Lehman, who happens to be an extraordinary thinker, doctor and leader. She is building a floating health clinic on Lake Tanganyika, which makes up 18 percent of the world’s fresh water supply. The lake’s surrounding communities (spanning four countries – Tanzania, the Democratic Republic of the CongoBurundi, and Zambia) are currently without basic healthcare. Dr. Lehman and her ideas continue to influence and inspire. 

–Joanna Hershon 

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Ruth Levy Guyer’s “A Life Interrupted: The Long Night of Marjorie Day”

A few weeks ago I happened to be wandering around Politics & Prose Bookstore, Washington DC’s venerable go-to place for the latest chewy policy tomes, when, in the second room, I came upon Opus, the book-making contraption. It struck me rather as a beached whale. Not breathing. But there was a little stack of books that had come out of its maw… I picked up the one on top, A Life Interrupted by Ruth Levy Guyer,and began reading. By the time I got to page 10 or so, I realized, ah, time to buy it and go finish it over a cup of coffee. Or three. Or four.

Wow.

First of all it’s beautifully written, very deeply researched, and strange. It’s the true story of Marjorie Day, “Daysey,” a bright Wellesley graduate studying in England in the 1920s who came down with sleeping sickness which left her zombie-like and beset by delusions. And then… seventeen years later, after a horrifying odyssey of hospitals and mental institutions, she woke up. Permanently. She then proceeded to have a very nice and very long life as a teacher and then retiree in Georgetown, DC. Even more bizarrely, she never knew that what she’d been suffering from all those years was encephalitis lethargica– neither her doctor nor her family told her.

The author wrote to Oliver Sacks, whose book and the movie based on his book, tell the story of the victims of sleeping sickness who were woken up, decades later, but only temporarily, by L-dopa. To quote:

I asked Sacks if he had ever seen a patient like Daysey, who had recovered completely and permanently.

“I have never seen anything like this in my own practice,” he wrote back.

(What in blazes is the state of U.S. publishing that a book of this quality is self-published?)

UPDATE: Interesting 2014 essay about the 1915-1927 epidemic of encephalitis lethargica.

Translating Across the Border

Überly Fab Fashion Blogger Melanie Kobayashi’s “Bag and a Beret”
(Further Notes on Reading as a Writer)

Why Aren’t There More Readers? A Note on Curiosity, Creativity, 
and Courage

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My new book is Meteor

Thomas A. Settles’ “John Bankhead Magruder: A Military Reappraisal”

As the subtitle indicates, most of Thomas M. Settles’ splendid biography of John Bankhead Magruder (1807 – 1871) is dedicated to a detailed examination of his role in the U.S. Civil War, specifically, his audacious if nonetheless inevitably doomed defense of Richmond, and later, Galveston. Though this part of the narrative does not have direct bearing on Mexican history, it informs the portrait of an unusually flamboyant Confederate who, in defeat, looked south to a future in Maximilian’s Mexican Empire.

Based on three decades of archival research, this biography must have been a titanic task, for Magruder left no diary and many of his most important papers were lost in a San Francisco fire. Worse, he was much maligned during his lifetime, victim of both malicious gossip from his Confederate rivals and less than sympathetic Federals– just the sort of thing to send a biographer down blind alleys. In addition, there were misunderstandings, as when earlier historians, in recounting what appeared to be a less-than honorable leave-taking from Washington DC at the start of the Civil War, confounded Magruder with a relative.

General John Bankhead Magruder was, as Settles convincingly argues– backing every point with what sometimes seems a forest of footnotes– a Civil War general whose tactical ingenuity and tenacity are deserving of far greater respect than he has been accorded. Most of the book details his early military career, from West Point to a garrison duty and recruiting at various army posts from the Carolinas to Maine, until, with the invasion of Mexico in the late 1840s, his fortuntes took a radical turn. Along with many of the men who would later play major roles in the U.S. Civil War– Grant, Lee, and McClellan, among them– Magruder distinguished himself in several major battles against the Mexicans. (Magruder’s artillery was, in fact, the first to fire upon Chapultepec Castle.) Following the U.S.-Mexican War, Magruder served in California, where in Los Angeles, briefly, he ran a saloon. 

He was on a visit to Europe when recalled to Washington DC in 1861, only a month before his native state of Virginia seceded. He had not wanted to leave the U.S. Army, but as “he could not fight against his own people,” he resigned, calling it “the most unhappy moment of my life.” He walked across the Potomac, offered his services to the Confederacy and, in short order, was reporting to Robert E. Lee.

Settle’s treatment of Magruder’s return to Mexico in 1865, in the final chapter, “Postwar Odyssey,” is a relatively brief one; nonetheless, it is an important contribution to understanding the nature and role of the ex-Confederates in Maximilian’s government.

At the end of the U.S. Civil War, General Magruder was one of several thousand ex-Confederates who pulled up stakes for Mexico. In 1865 the French Imperial Army, considered the greatest in the world, occupied most, if not all of Mexican territory, while the ex Archduke of Austria, Maximilian, a direct descendant of the King of Spain during the Conquest, reigned as Emperor. Though by the late summer and fall of 1865, when the ex-Confederates began arriving en masse, the French occupation was beginning to fray at the edges, Maximilian and his consort, Carlota, still presided over a court and elaborate palace balls and other festivities that were, to Americans at that time, considered the height of glamor. In the words of journalist William V. Wells, this was the “high noon” of the empire, when it was impossible for many to even imagine the catastrophe that would, in only a matter of months, befall the “cactus throne.”

Some ex-Confederates came to Mexico because they could not bear living in a defeated South, others, because they had expected to participate in a dynamic plantation economy under the French-backed Maximilian (who, to entice the ex-Confederate colonists, proclaimed slavery legal in Mexico). But others, such as General Magruder, simply felt pushed out. As Settles writes:

“It must have been extremely difficult for so proud a man as John Bankhead Magruder to have signed the articles surrendering the Trans-Mississippi Department. But when the Federals began arresting and imprisoning high Confederate officials, he resolutely refused to submit to such personal humiliation. He was not eligible for the amnesty proclaimed by President Lincoln on December 8, 1863, or that proclaimed by Andrew Johnson on May 29, 1865”

Although I had spent several years researching Mexico’s Second Empire under Maximilian for my novel, The Last Prince of the Mexican Empire, until recently, I was flummoxed as to the background of the author of the exceedingly rare English language memoir, Sketches of the Last Year of the Empire, Henry R. Magruder. It turns out he was the son of General John Bankhead Magruder and I now know, from Settles’ biography, that father and son did not arrive in Mexico via the same route. General Magruder came down overland from Houston with General Shelby, while his wife, son Henry, and unmarried daughter, Kate Elizabeth, arrived via Veracruz, for they had come from Florence, Italy, where they had been residing for some years. As Settles explains, 

“[B]ecause of the hardships of travel, uncomfortable living conditions, and extremes of climate found in the remote locales where magruder was stationed during his military career, [Mrs Magruder] found it more practical to live and raise her children in the comforts of Baltimore, where she could stay closer to family business interests. She remained there until 1850 when, as a consequence of [daughter] Isabella’s ill health, she took her children to Europe. Mrs Magruder had relatives in Germany, but she moved to Italy, living briefly in Rome, then in Florence.”

From Texas, not yet reunited with his family, Magruder headed straight down to Monterrey and then to Mexico City, arriving in the summer of 1865. Writes Settles:

“Magruder checked into a room on the first floor of the fashionable Iturbide Hotel, and there he received several distinguished visitors, including Matthew Fontaine Maury and his old friend Marshal Francois-Achille Bazaine, now in command of the imperial forces in Mexico. He also met with the British minister to Mexico, Sir Peter Campbell Scarlett, whose nephew, Lord Abinger, had married Magruder’s niece, Helen Magruder, in Montreal several years earlier.”

It appeared Magruder felt as at home as an American could be in Mexico City. He bought himself a new wardrobe, “‘a cut-a-way suit of salt and pepper color, with a tall dove-colored hat and patent leather boots,’ and then went to the palace of Montezuma [the Imperial Palace], which Scott’s army had victoriously occupied eighteen years earlier.” 

Soon after a successful interview with Maximilian and Carlota, Magruder, now a naturalized Mexican citizen, was appointed head of Maximilian’s Land Office of Colonization. The idea was to establish colonies along the main route inland from Veracruz to Mexico City, on land Juarez (under the Republic) had expropriated from the Church. 

Settles covers the rapid collapse of the scheme along with Maximilian’s government, and Magruder’s return to the U.S. In 1867– surprisingly, for memories of the Civil War remained fresh— he attempted to set up a law office in New York City. His family had returned to Italy, but he remained in the U.S. to work the lecture circuit with a crowd-pleasing talk on Maximilian and Carlota. He was on that tour when, in a Houston hotel in 1871 he died of a stroke. 

In sum, this is an important addition to the bibliography on Confederates in Mexico, and crucial reading for anyone who studies the U.S. Civil War, the U.S.-Mexico War, and / or Mexico’s Second Empire. Highly recommended.

Notes on Stephen L. Talbott’s The Future Does Not Compute 

A Review of Patrick Dearen’s 
Bitter Waters: The Struggles of the Pecos River

A Visit to El Paso’s “The Equestrian”

Michael Talbot’s “The Holographic Universe”

One of the books that has most influenced my writing, and in particular, my ideas about narrative structure, is Michael Talbot’s The Holographic Universe. When I came upon it a few years ago, I was already a fan of the works of Canadian novelist Douglas Glover and his concept of the story as net. In other words, even without the scaffolding of a formal plot (ye olde Fichtean curve), a net of images can cohere and indeed so powerfully resonate in the reader’s mind that the net is the story. A satisfying story. It was directly— literally, less than an hour— after reading Glover’s essays on the story as net and the novel as poem (now collected in Notes Home from a Prodigal Son) that I sat down wrote the one that became the title story for my first collection, Sky Over El Nido. In this story the images, woven throughout, have to do with flight: birds, nests, eggs, airplanes. What’s the “plot”? A fistful of air.

Later, before beginning to write my novel, The Last Prince of the Mexican Empire, I happened upon Talbot’s The Holographic Universe, an elegantly lucid and very accessible overview of some of the (then) most cutting-edge theories in quantum physics and in particular, those of David Bohm. If the universe itself is a hologram, or has holographic characteristics, then this could explain why nets of images— the suggestion of the whole in each of its parts— can resonate with such strange power in a reader’s mind.

Does my novel have that power? You decide. But one of the several paradigms I worked with while writing it was, again, the story as a net and, to borrow the title of one of Douglas Glover’s essays, “The Novel As Poem.” Yes, The Last Prince of the Mexican Empire is a poem. And the main character is not a person but an idea— the prince as living symbol of the future of the empire. Where does such an idea live? In many minds— ergo, the novel has a crowd of characters, indeed, a net of characters, woven in among each other’s minds and actions. 

Just of few of the fleeting and repeating images: the Totonac bowl, Egypt, birds, sweets, twilights, composers, asparagus.

(Though indeed it does have a plot, and I worked with various paradigms— Fichtean curve, Syd Field’s three acts, and others— while constructing it.)

Last night, I happened upon a video of psychologist Jeffrey Mishlove’s interview with Talbot. It’s well worth watching in its entirety. Alas, Talbot died of leukemia in 1992.

From the Writer’s Carousel: Literary Travel Writing

A Visit to the Casa de la Primera Imprenta de América in Mexico City

Marfa Mondays’ Shiny New Website

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